La entrevista en el correo y en diario vasco sobre mi viaje a pie por Europa era más larga. Os dejo aquí una exclusiva, la versión original de la entrevista:
Con 2.000 kilómetros a sus espaldas en 5 meses
El viaje a pie por Europa de un buscador de sonrisas
Un
joven bilbaíno camina sin móvil, sin apenas dinero y durmiendo en la
calle. Solo le acompañan 300 fotografías con las que provocar un gesto
de felicidad
VIRGINIA MELCHOR
Salió
con su mochila vacía pero, en primavera, la traerá a Bilbao a rebosar
de sonrisas. Después de cargar sobre su espalda con un año “perdido", sin encontrar trabajo, Héctor Amorrosta,
24 años, licenciado en Periodismo y aficionado a la fotografía, partió
en junio con lo necesario para andar por el mundo a su manera, sin
destino fijo ni límite de tiempo. Le acompañan 300 fotografías tomadas
por él para vender en la calle y financiar su viaje, un carro que le
regaló su padre para llevar el saco de dormir y la comida que compra por
el camino, y los 720 euros que consiguió ahorrar antes de salir.
La
aventura comenzó a las seis de la mañana del último jueves de junio
porque “en este tipo de viajes la semana no tiene por qué empezar el
lunes". "Elaboré una lista con los pueblos por los que debía pasar y
llevé unos mapas con los cruces más complejos, pero tiré todo a la
segunda semana, buscaba libertad". Aunque se fijó varias metas. Primero,
se dirigiría a la localidad francesa de La Roque-Gageac, cruzaría la
frontera belga hacia Brujas, pasaría por Volendam (Holanda) y,
finalmente, llegaría a Hamburgo, donde vive el amigo que le daría cobijo
durante el invierno para poder continuar en primavera dirección a
Serbia. “He cogido dos barcos en Holanda y otro en Francia y, cuando
algún conductor se ofrecía a llevarme en coche, aceptaba para poder
hablar con alguien, porque pasaba demasiado tiempo solo". El resto, a
pie. Ha andado 2.000 kilómetros -una media de 20 al día-, ha gastado 323
euros por el camino, y ha tardado tres meses en llegar a Hamburgo.
La
venta ambulante de las fotografías ha sido su manera de subsistir. 'No
hace falta que compres, me haces feliz con que mires se podía leer en un
gran cartel que colocaba en medio de las 300 fotos en el puesto
callejero que él mismo fabricó con palos y cuerdas. Era como un `hombre anuncio´, pero en lugar de para vender, utilizaba sus letreros para provocar sonrisas. Ha
conseguido exponer sus fotografías en galerías de Limoges, Tours, Rouen
y Hamburgo. El fin era el mismo: repartir felicidad a través de la
mirada hecha papel y a cambio de un poco de conversación. El precio, la
voluntad. “Algunos me daban 50 céntimos, otros 2 euros y los más
generosos hasta 10", aunque la mayoría las fue regalando a quienes le
han ayudado en su aventura.
Con
la caída de la noche se acercaba la última decisión del día: dónde
dormir. La entrada de los supermercados, los pórticos de las iglesias y
la arena de las playas hicieron de camas la mayor parte de las noches,
cuando no se topaba antes con un buen samaritano que le invitase a
resguardarse al calor de su hogar. “En muchos sitios no podía sacar
siquiera la tienda de campaña, me tumbaba sobre el saco y la esterilla".
Enumerar cada muestra de solidaridad, cada mirada cómplice -"que escasean cuando uno parece vagabundo"- no es fácil. Es
el caso de Maëlle, una joven de 17 años que conoció en el banco de un
parque de la comuna francesa de Monflanquin. “Conseguimos entendernos a
través de gestos, sonidos y dibujos, es el lenguaje universal que no
todos conocen pero nosotros, al menos aquella tarde, descubrimos que
existía". Maëlle observó una a una las trescientas fotografías que
Héctor llevaba para vender en la calle. En su sonrisa creyó encontrar
parte de su razón de vivir y el motivo por que emprendió este viaje.
"Gracias a ella confirmé lo que llevaba tiempo pensando: soy un buscador
de sonrisas".
Mención
especial le merece aquel hombre de los Alpes Mancelles que le ofreció
20 euros insistentemente para colaborar en su aventura. Héctor le regaló
una fotografía como agradecimiento. Se despidieron y cada uno continuó
por su lado pero, a menos de cien metros, sus caminos volvieron a
cruzarse. Detuvo su vehículo junto al aventurero, “un coche viejísimo al
que tenía que llenar el depósito de agua cada vez que lo ponía en
marcha". Le guió en un paseo por el monte y le invitó a cenar y a dormir
en su casa, una caravana “desordenada y sucia en la que en una de sus
paredes colgaba una fotografía de sus cinco hijos, que no vivían con
el". “Enseguida descubrí su sonrisa, tenía muy pocas cosas pero era rico
en compartir con los demás".
Ellos
o María y Mathilde simbolizan parte de ese alto en el camino de la
solidaridad que le dejaba muestras de cariño a cada paso. Como la de
aquel recepcionista de un camping que, apasionado con su historia, le
invitó a pasar sin pagar; o esa señora que le obsequió con una bolsa
llena de fruta. Gracias a ellos ha sustituido su eslogan de Bilbao: 'no
hay pan para tanto chorizo' por 'no hay palabras para tanto cariño', el
lema de su aventura. Ahora, escribe un libro en el que cuenta su experiencia.
Como no podía ser de otra forma, se titulará `El buscador de sonrisas´
y solo pretende unos lectores, sus futuros nietos.
En
Hamburgo se desprendió de su carro y se hizo con una bicicleta con la
que pedalea hacia Estonia. Después regresará a casa de su amigo hasta
que pase el invierno para continuar en dirección a Serbia con su
excursión a pie por el mundo. “Puede parecer una locura, pero ¿sabes
qué? los locos son las personas que consiguen cumplir sus sueños". Sus
familiares y amigos recibirán una nueva carta de Héctor en los próximos
días. Y volverán a leer esas tres palabras que, en un principio, no
quisieron creer pero que, con el tiempo, se han ido convirtiendo en toda
una lección de vida: 'El viaje prosigue'.
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